La primera vez que vi a Amaral en directo, Eva se estaba recuperando de un pequeño accidente que les había obligado a cancelar varios conciertos. Contaba que el médico le había recomendado reposo, pero que los maños son muy persistentes y ella había decidido que de eso ya había tenido suficiente. Había hecho, eso sí, una concesión y aquella noche no desenfundó una Godin aún impoluta –que conservaba aún su estado original, antes de que empezasen a llegar las sesiones de chapa y pintura–. La del martes en la sala El Sol –más de una década después de aquella noche alcarreña– fue otra de esas citas que demuestran que la maña está hecha de otra pasta. Otros con menos habrían cancelado; ella, con un gripazo que era imposible que pasase desapercibido, aguantó. Y más, porque por momentos pareció crecerse ante la adversidad. Quiso disimularlo –«no lo iba a decir hasta el final»– y acabó pidiendo comprensión, disculpándose por no estar al cien por cien, mientras decía que no habían contemplado c
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