
La primera vez que vi a Amaral en directo, Eva se estaba recuperando de un pequeño accidente que les había obligado a cancelar varios conciertos. Contaba que el médico le había recomendado reposo, pero que los maños son muy persistentes y ella había decidido que de eso ya había tenido suficiente. Había hecho, eso sí, una concesión y aquella noche no desenfundó una Godin aún impoluta –que conservaba aún su estado original, antes de que empezasen a llegar las sesiones de chapa y pintura–.
La del martes en la sala El Sol –más de una década después de aquella noche alcarreña– fue otra de esas citas que demuestran que la maña está hecha de otra pasta. Otros con menos habrían cancelado; ella, con un gripazo que era imposible que pasase desapercibido, aguantó. Y más, porque por momentos pareció crecerse ante la adversidad. Quiso disimularlo –«no lo iba a decir hasta el final»– y acabó pidiendo comprensión, disculpándose por no estar al cien por cien, mientras decía que no habían contemplado cancelar. «Esto es Hacia lo salvaje al completo y en gripalsound».
Un rato antes de todo eso la noche la había abierto Ángel Carmona, la voz detrás del programa de Radio 3 Hoy empieza todo y uno de los responsables del proyecto Leaozihno, causa solidaria a favor de la cual se había organizado el concierto y que tiene como objetivo acercar la música los jóvenes de la Favela Parada de Lucas, en Rio de Janeiro, a través de una escuela. Con versiones –de Johnny Cash a Julio Iglesias- y algún tema propio y recurriendo a la ayuda de Juan de Dios Martín a partir de la segunda canción de su breve set, supo caldear el ambiente, poniendo guitarra –cogida «prestada» de la colección de los maños después de romper una cuerda de la suya–, voz y mucho buen rollo. No tardó mucho en cederles el escenario a Juan y Eva, quienes escasos minutos después irrumpían sobre las tablas de la sala El Sol para tocar, como habían prometido, todas las canciones de Hacia lo salvaje.
Si uno se fijaba en el escenario, entre las guitarras y los cables, sobre una pequeña mesa, llamaba la atención un curioso theremín de madera. Iba a ser de los primeros instrumentos en entrar en acción: según Eva ocupó su puesto en el centro del escenario, sobre uno de los dos taburetes altos, echó mano de él mientras Juan hacia lo propio con una de las Gibson acústicas y lo utilizó para dar un toque psicodélico a Esperando un resplandor, la elegida para abrir fuego en una versión algo más pausada de lo habitual. Esa primera canción hizo inevitables las primeras palabras de Eva. «Tengo gripe».
Nos invitó a cantar bien fuerte –«sobre todo en los tonos más agudos»- y la respuesta del público –que recordemos había agotado las 150 entradas en apenas un cuarto de hora– no se hizo esperar. Acompañaron (acompañamos) los coros de Montaña rusa y respondieron de forma especialmente enérgica con Hoy es el principio del final, probablemente la canción en la que menos cómoda se vio a Eva.
A pesar de todo, caían los minutos y las canciones y la maña parecía ir creciéndose. Con un Juan en su eterno segundo plano, alejado de la luz de los focos de la sala, entre tema y tema iba dejando agradecimientos –a Ángel Carmona por contar con ellos- y dedicatorias –como la de Robin Hood, que en El Sol sonó para la gente que «sale a la calle para conseguir cosas tan increíbles como la que se ha conseguido hoy: la Ley de dación en pago»–.
Entre los doce cortes de Hacia lo salvaje, una destacó por encima de todas. Llegó precedida de una larga intro, con Juan a la guitarra eléctrica, arrodillado junto al taburete de Eva mientras ella le daba la réplica con la acústica. Antártida parece no tener límites y con un poso de casi dos décadas, sigue creciendo noche a noche.
Mientras eso pasaba, Eva, que llevaba un rato retorciéndose sobre el taburete –«ya no sé cómo ponerme»– parecía ir ganándole poco a poco la batalla a la gripe y le dio el penúltimo golpe en Van como locos. Animó a soltarse al personal –«Podíamos haber hecho un karaoke»– y la que pareció desatarse del todo entre los coros masivos fue ella. Se guardaba, eso sí, un último ataque. Porque aunque tras terminar el repaso a su último largo con Hacia lo salvaje –con otra gran intro a ritmo de guitarra y armónica- y Cuando suba la marea –, tras la primera despedida –«Gracias por vuestra comprensión»- volvieron para los bises cargados con versiones.
La primera una con la que, vistas las circunstancias, ninguno contábamos. Seguramente todos los que ya habíamos presenciado alguna interpretación de Rogaciano el huapanguero en directo pensamos lo mismo cuando la presentó. Qué estaba loca. Un órdago en toda regla, o quizás era una vuelta a esa «persistencia» maña. Lo cierto es que el resultado fue mucho más que notable; si su confesión inicial hubiese llegado en ese momento a más de uno le habría costado creerlo. Por eso seguramente los aplausos fueron continuos durante el tema, los más enérgicos en una noche que no había estado exenta de ellos. Por eso, sin duda, acabó levantando a los presentes de sus asientos.

Dos homenajes más cerraron la velada. El primero, a una banda que llevan versionando desde mucho antes de que en 1998 viese la luz el primer largo de los maños y con la que años después han compartido escenario. Así, tras las palabras de Eva sobre su admiración hacia los granadinos, sonó Universal de Lagartija Nick, penúltimo cartucho de una noche que acabaría a ritmo de Femme fatal, de la Velvet Underground, con Juan a los coros y el público, consciente del esfuerzo, muy agradecido por la entrega de los maños y el empeño de Eva en no dejar que la gripe estropease la fiesta.
Yo, que sé que me repito, no puedo evitar pensar una vez más lo mismo. Que sí, que en eléctrico y al completo son una auténtica descarga de energía. Pero que eso que tienen así, de cerca, sin artificios, los dos solos, está a otro nivel. Hasta con gripazo.
TEXTO, FOTOS: Cristina Moreno Carrero | VÍDEOS: Laia Planells Fernández
Comentarios
Publicar un comentario