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Crónica de Madrid (II): Yo te prometo que no voy a llorar


A veces pasa. Somos animales de costumbres y cuando nos hacemos a algo, bueno o malo, tarde o temprano acabamos por darlo por sentado. No, no hablamos de conformismo; hablamos de tener tan interiorizado que algo es bueno que, a veces, se nos olvida valorarlo como es debido. Que levante la mano el primero al que no le haya pasado. No, en serio. Pero de repente, un día, en un momento, sin que aparentemente nada haya cambiado, uno sale de su letargo y lo ve –una vez más- todo claro. A mí me ha pasado; dejadme confesarlo. Han sido tantas decenas de bolos en los últimos 10 años que me he acostumbrado. Sí, sé que lo que estoy viendo sobre el escenario es algo grande. Pero a veces se me olvida exactamente cómo de grande. Creo que tardé 4 canciones el jueves en La Riviera en recordarlo.

No, no fue en lo esencial un concierto distinto a los otros 30 o 40 que llevan dados los maños en el último año; no hubo grandes cambios, tampoco grandes sorpresas. El esqueleto fue el mismo, el repertorio el habitual –eso sí, el más largo hasta la fecha, con un total de 28 temas, además del guiño a Bowie- pero en Madrid, en una sala un tanto –perdonadme la expresión- puñetera, hubo una energía especial. Hubo magia, en el escenario, en la pista y en una increíble conexión entre ambos. Tal vez fue eso, presente desde que empezó a sonar la guitarra de Juan, lo que me puso en alerta. Tal vez fue eso, lo que le dio a Eva un punto de energía adicional. Sea como fuere, lo cierto es que no habían pasado ni 15 minutos desde que los 5 músicos saltasen al escenario cuando me encontré pensando: «Joder, qué grande es esta mujer». Así, como si lo descubriera por primera vez. Ojo, que no me estoy olvidando de sus cuatro acompañantes –ya tendrán su momento un poco más adelante- pero sería injusto no reconocer que la que pareció estar a otro nivel desde el principio fue, sin duda, ella. Y todo eso a pesar de que pareció que algún problemilla que ya le acompañó meses atrás -en citas como la de Granada- volvía a hacer acto de presencia.

En Madrid la fiesta empezó muy puntual. El reloj pasaba apenas tres o cuatro minutos de las nueve cuando llegó la Velvet. La sala, que se había llenado en los últimos quince minutos, reaccionó al instante y, en cuanto Eva, Juan, Chris, Jaime y Toni aparecieron sobre las tablas, hubo un clamor como pocas noches. Ya Hacia lo salvaje fue un ejercicio colectivo de karaoke, coreadísima por un público que parecía dispuesto a ser parte fundamental del concierto y que, mientras se ajustaba el sonido, sonó incluso por encima de los protagonistas de la noche. Lo mismo que tardó el respetable en reaccionar necesitó Eva para comprender que, efectivamente, aquella iba a ser una noche especial, una de las grandes, de esas en las que la comunión entre todos los presentes, esa especie de retroalimentación entre grupo y público, alcanza cotas muy altas y hace que un concierto, sobre el papel prácticamente igual que otros tantos, sea sencillamente más.

El arranque fue arrollador. Nada de tregua en la habitual terna inicial y un punto de ese algo extra que estuvo presente durante todo el concierto. De Hacia lo salvaje a Esperando un resplandor y de ahí a un El universo sobre mí que llegó entre agradecimientos. «En esta canción hay una frase que dice que ‘necesito alguien que comprenda que estoy sola en medio de un montón de gente.’ Esta noche no es el caso; esta noche estoy muy bien acompañada’».

Si alguien estaba buscando un respiro, se había equivocado de día, hora y lugar. Seguía el carrusel de trallazos archiconocidos con Kamikaze y Eva pedía acto seguido ayuda para una canción «que no sé si vais a conocer». Y uno se pregunta, irremediablemente, si es posible que quede alguien en algún rincón de este país que no sea capaz de corear Moriría por vos.

Para alegría de muchos, que la habíamos echado en falta en alguna de las últimas citas, volvió al repertorio Un día más, con su inicio a armónica y voz, con su brutal solo, con sus guitarras bien altas. Casi sin aire se veía a Eva respirar al terminar el tema; falta le iba a hacer para lo que seguía. La maña estaba eufórica; era un continuo derroche de energía que llegó a una de sus cotas más altas al enlazar Hoy es el principio del final y Big Bang. Casi nada. La cosa llevaba un ritmo y una intensidad que amenazaba con dejar a más de uno sin fuelle mucho antes de llegar al ecuador del concierto, en un ejemplo más de que lo mismo, a veces, puede ser más –mucho más- cuando uno junta los elementos adecuados.

Entre breves respiros, la noche siguió avanzando poco a poco y la comunión entre público y músicos no dejó en ningún momento de crecer. En la pista se notaba, además, que muchos de los presentes conocían bien la gira Hacia lo salvaje y mucho antes de que Eva nos provocase en Estrella de mar, en la sala ya se habían insinuado con cierta insistencia los ecos indios.

Guiños habituales, como las guitarras de Rem y su So. Central Rain de las que Juan suele acordarse antes de Riazor, peticiones de silencio, bailes de guitarra y potentes ritmos de batería. Todo eso se fue alternando hasta que Eva le cedió el protagonismo a su otra mitad musical. “La niña se va y os deja con el niño”. Solos sobre las tablas, una noche más, Juan –con su Guild de 12 cuerdas- y Jaime –agarrado a una Strato con pinta de tener mucha solera- se encargaron de recuperar Tardes. El maño, con su voz, y el mallorquín, con un bonito solo de guitarra, acapararon por unos minutos todas las miradas antes de que el resto de la banda retomase su lugar sobre las tablas. A esas alturas, los 5 músicos ya habían despachado más de medio repertorio, aunque por delante todavía quedaban unos cuantos buenos momentos en la recámara.


En el carrusel de hits y temas de Hacia lo salvaje hay momentos que por más que se repitan no dejan de resultar especiales y un año después, sigue resultando emocionante la interpretación que Eva hace de Olvido y que, noche tras noche, dedica a la memoria de su madre, “la única cosa que no puedo –no quiero- olvidar.” El ambiente cambió radicalmente cuando, justo después, Eva se arrancó con unas palmas que poco tardaron en generar un ejército de palmeros que se encargó de acompañar cada compás de Días de verano, antesala de uno de los pocos momentos de silencio de la noche. Porque a pesar de ser todo un clásico, la gran versión de Have you ever seen the rain? que los maños han incorporado a su repertorio en el último tramo de la gira hizo que la gente se limitase a escuchar y disfrutar. Sonido muy folk, a base de guitarra acústica, bouzouki y ukelele que no dejó indiferente a nadie.

Mientras Eva intentaba repetir el ritual de cada noche, ensayando unos coros que el personal hace muchos meses que tiene más que dominados, Juan jugueteaba con la guitarra y los pedales. Su compañera, divertida, le miraba de reojo y le presentaba guasona. «Juan Aguirre, a los ruidos. La cajita de Pandora». Aprovechó, una vez más, para agradecer que hubiésemos llenado La Riviera y, una noche más, habló de la multitud que imaginaron cuando grabaron Van como locos. Las 2500 voces de La Riviera estuvieron a la altura. Con creces.

Los tubos, el theremín y la siempre espectacular interpretación de Eva hicieron de En sólo un segundo un gran punto y seguido. La cosa se acercaba peligrosamente al final. Lo que llegó con los bises fue, casi sin duda, uno de los momentos más grandes de la noche. Uno de esos en los que no se te ocurre nada más que rendirte, definitivamente, a los pies de la Srta. Amaral. Porque la interpretación que hace de Rogaciano el huapanguero, en sentido homenaje a la desaparecida Chavela Vargas, es sencillamente soberbia. Tanto, que en Madrid cada verso, cada estrofa, cada grito desgarrado de la maña fue seguido de una sonora ovación. Ella, que había vuelto a dar las gracias una vez más tras volver al escenario –«Esto es celebrar una fiesta por todo lo alto. Muchas gracias, de verdad»-, no podía haber encontrado mejor forma de devolverle el favor al público.

La versión más acústica de Sin ti no soy nada que han elegido para la gira Hacia lo salvaje y una Revolución que – guiño a Bowie y sus Héroes incluido- fueron alargando todo lo que pudieron, en un síntoma claro de que a ellos les apetecía tan poco como a nosotros que la noche acabase, pusieron el segundo punto y seguido a la velada. Innecesarios gritos de «otra, otra» precedieron la segunda y última reaparición de los maños; la penúltima subida de la marea en una gira a la que ya sólo le quedaba un cartucho a este lado del Atlántico. Eva, emocionada, se acercó al micro canturreando «Yo te prometo que no voy a llorar» y nos miraba a todos, sonriente y con los ojos vidriosos, mientras presentaba a todo el equipo que les ha estado acompañando durante los últimos doce meses y algunos –como su inseparable técnico de sonido, Miguel Tapia- años.

Aunque nadie parecía dispuesto a marcharse, aunque lo gritos de otra, otra seguían extendiéndose de lado a lado de la sala, aunque Juan pareció dudar y querer enganchar de nuevo una de sus guitarras, tras Cuando suba la marea ya no hubo más. Curro Jiménez y Moon River servían para bajar el telón, mientras al otro lado de las vallas nos quedábamos con sensaciones algo encontradas. La pena del final, el subidón de una noche que, entre todos, habíamos hecho especial… Y el inevitable balance final. La gira Hacia lo salvaje ha tenido muchas cosas buenas; ha sido un derroche de energía que ha sacado el lado más rock de los maños y le ha dado todo el protagonismo a los tres elementos fundamentales: las guitarras, la voz y las canciones; una gira en la que Juan y Eva, además, han prescindido de un buen puñado de hits (no han hecho acto de presencia temas como Resurrección, Te necesito, Toda la noche en la calle o Marta, Sebas, Guille y los demás),pero a la que le ha salido un enemigo inesperado: porque esa pequeña insatisfacción que deja la gira tiene un poco que ver con lo que ha pasado sobre los escenarios a lo largo del último año y un mucho con lo que pasó entre la primavera de 2008 y el otoño de 2009. Porque el gato y el dragón habían dejado el listón alto, muy alto, y muchos salimos –inevitablemente- de La Riviera con el soberbio fin de gira en el Circo Price en la retina.

TEXTO, FOTOS, VÍDEOS: Cristina Moreno Carrero

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