
Ese momento en el que te vuelves a sentir fan. De verdad. Lo notas cuando, días antes, quieres tenerlo todo organizado para que nada falle. En esa sensación de hormigueo a medida que se acerca el momento. En los nervios, cuando el día señalado, recoges todo y pones rumbo al punto de encuentro.
Difícil saber qué ha cambiado; tal vez nada. Tal vez sea sólo una cuestión de ganas. Porque nunca hasta ahora había sido tan larga la ausencia de los maños. Y es que, desde que acabase su periplo festivalero con el concierto en el Sonorama Ribera de 2014, ha pasado más de un año y las apariciones –musicales- de Eva y Juan han sido muy, muy escasas. Rozando lo inexistente. Y ya lo dicen los anglosajones: «absence makes the heart grow fonder» –lo más parecido que he encontrado en castellano me resulta tan cursi, que espero que me perdonéis el préstamo idiomático–.

El caso es que desde que descubrí que Eva y Juan tenían una cita con Radio 3 en el madrileño Conde Duque tuve claro que ese iba a ser el día en el cumpliese con una tradición que dura ya casi década y media: cada año desde 2002 tiene, sin falta, al menos, una cita en directo con los maños. Y con este van ya catorce.
A veces todo se pone de cara y el pasado 28 de octubre fue uno de esos días. Arranque en hora, llegada al Conde Duque con margen de sobra y, ya dentro, un sitio casi inmejorable para no perder detalle de la tarde. Aunque el evento se retransmitía en directo a través de Radio 3, vivirlo allí en persona llevaba un plus. Porque si los que observábamos desde el patio de butacas llegábamos con ganas, pronto iba a quedar muy claro que Juan y Eva no se quedaban atrás.
No se hizo demasiado larga la espera; pocos minutos antes de las seis de la tarde, el escenario empezaba a cobrar vida. Julio Ródenas, presentador de Turbo 3, y Ángel Carmona –minutos después de que se hiciese público su Ondas como mejor presentador de radio musical– eran los encargados de empezar a alentar al personal. Tampoco se recreaban en exceso y enseguida reclamaban a los protagonistas de la tarde, que salían entre sonoros aplausos. Como la idea era que el programa arrancase con los maños sonando en directo, tocaba afinar y comprobar que estaba todo a punto, mientras las agujas del reloj se acercaban peligrosamente a las seis. Tres, cuatro gestos; aparentemente todo listo. Con apenas segundos para las señales horarias, Juan se echó la mano al bolsillo y sacó el móvil. Tal vez para apagarlo, pensó más de uno. Pero no. Los flashes cambiaron de dirección y fue él el que quiso retratarnos a nosotros, bajo la mirada a caballo entre divertida y «tierra, trágame» de Eva a su lado.

Y entonces ya sí. Señal de arranque, guitarras en ristre y primero acordes de Llévame muy lejos. Después de semanas de pequeños adelantos y flirteos en las redes, ahí, ya sí, daba la sensación de que todo echaba a rodar. La sonrisa a Eva y Juan no parecía caberles en la cara: una mezcla de ganas y, por increíble que resulte, sorpresa, como si a estas alturas todavía les resultase inesperado comprobar que sí, que ahí sigue la gente, que aún hay ganas –muchas- de lo que tienen que ofrecer.
Entre pequeños parones para charlar sobre el disco, las canciones nuevas iban fluyendo. Las dos primeras, las protagonistas de esos primeros flirteos oficiales, sonaban diferentes, más pausadas, y de alguna forma resultaba más fácil hacerse a la idea del largo recorrido que han tenido hasta alcanzar el sonido del disco.
El respetuoso silencio que acompañaba a cada canción se convertía en ruidoso aplauso cada vez que una terminaba. Crecía por minutos la reacción del público y, al mismo ritmo, lo hacían las sonrisas de los maños. Y esa especie de retroalimentación iba haciendo que creciese, también, la sensación de que esta vuelta nos hacía ya falta a todos.
Daba igual que Eva se confundiese con la letra de Unas veces se gana y otras se pierde y tuviesen que volver a empezar. Era uno más de los momentos simpáticos que dejaba la tarde. Igual que cuando justo después presentaba traviesa Nadie nos recordará –«Esta no la conocéis, je, je»–, una de las que mejores sensaciones iba a dejar.
Confesaré que si para algo no iba a servir la cita era para reconciliarme con la nueva versión de Noche de cuchillos. Terminaré por superarlo, seguro, pero todavía me resulta imposible no volver a aquella noche de julio, la primera que la escuché en directo –con la acústica, la melódica y la sensación de que, aunque breve, no parecía necesitar nada más–. La misma noche que, curiosamente, Eva y Juan eligieron para presentar la que sonó justo detrás, una La ciudad maldita que en estos cinco años no ha perdido ni un ápice de sentimiento.

Nocturnal dejaba paso a los últimos minutos de entrevista, las penúltimas risas y el gesto de Eva al reconocer la voz de Bunbury. En el tiempo equivocado y los aplausos más intensos de la tarde –con Carmona y su medidor de decibelios como grandes agitadores del momento– marcaban el final oficial, que no el real. Porque nadie parecía tener ganas de marcharse y a Eva y Juan aún les quedaban un par de balas en la recámara. Y así, ya con el botón radiofónico en off, se intensificaba la sensación de estar disfrutando de una tarde especial. Y éramos ya sólo esos pocos los que disfrutábamos de la versión desnuda de 500 vidas y los que nos quedábamos enganchados a La niebla y su aire folk desde la primera nota.
Como regalo final quedaba la única no debutante, una Hacia lo salvaje para la que nadie fue capaz de quedarse sentado. El final de un aperitivo que, por encima de todo, sirvió para dejar claro que nos teníamos ganas. Que empiecen a girar ya.
TEXTO, FOTOS: Cristina Moreno Carrero | VÍDEOS: Cristina Moreno; Radiotelevisión Española (RTVE)
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