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Amaral vuelve al Sonorama: Segundas partes no siempre son (igual de) buenas

A veces me gustaría poder resetear; borrar las experiencias previas y recuperar las sensaciones de la primera vez. Me gustaría volver a enfrentarme a un concierto como el que lo ve por primera, segunda o tercera vez y todavía anda descubriendo sonidos, alucinando con la voz, con las guitarras. Quizá es que son ya demasiados; tal vez es desgaste. Aquello de «no eres tú, soy yo». Porque igual eso explica que lo de Aranda me dejase más bien fría. Y es que debo confesar que, para mí, al concierto le faltó energía, con un repertorio raro que, aunque dejó algunos buenos momentos, no sonó como en las grandes noches. Ni siquiera como aquella noche de agosto de 2011 en la que los mismo 5 músicos, aun acoplándose unos a otros, se subieron por primera vez como banda al escenario arandino y derrocharon energía para demostrar que sí, que en el Sonorama también había cabida para Amaral.

Aunque el Sonorama es mucho más que Amaral, aunque sean ya cinco ediciones del festival las que sume, mentiría si dijese que el concierto de los maños no estaba marcado entre mis prioridades. Tras casi un año sin verles actuar, llegaba con muchas muchas ganas. De disfrutar de ellos y de hacerlo como Dios manda, en «familia». La noche no iba a empezar mal. Los amigos de El erizo albino y Amaral Station, que habían asistido a la rueda de prensa previa, nos contaban que Eva y Juan habían anunciado que abrirían el concierto los dos solos, en acústico. Por mucho que lo intentamos, el pequeño reducto de antílopes que nos congregamos en primera fila no fuimos capaces de acertar cuál iba a ser la canción elegida. Ni siquiera las primeras notas nos sacaron de dudas, cuando al filo de las once de la noche Juan y Eva aparecieron en el escenario. Sólo cuando Eva comenzó a cantar reconocimos Ratonera, en un ritmo más pausado, casi dulce, contrastando mucho con lo árido de la letra. Fue de lo mejor del concierto.

Salía entonces a escena el resto de la banda y sonaba esa intro que tan bien le sienta a Kamikaze. No era un mal comienzo y justo después seguiría el ritmo alto con Esperando un resplandor. Y aunque a mí ya me sonó algo descafeinada, todavía parecíamos ir en la buena senda. Contaba Eva entonces, mientras se enfundaba la acústica, que justo un año antes ella estaba entre el público, en uno de los mejores momentos del verano. «Y éste es uno de los mejores momentos de este verano para mí», acababa la maña antes de atacar El universo sobre mí. Nos miramos entonces en primera fila y pensamos más de uno que aquello no era necesario. Al menos, no tan pronto. No nos dio tiempo recuperarnos cuando, acto seguido, le llegó el turno a Días de verano. Y seguíamos sin entender nada, nosotros, que esperábamos caña, mucha caña, y sí, también algún hit hiper radiado, pero no tan pronto, no tan seguidos.

Para alegría de todos, lo siguiente fue una de nuestras favoritas y saltamos y cantamos a ritmo de No sé qué hacer con mi vida, entre alguna cara un poco perpleja a nuestro alrededor. Y yo, mientras, tuve un primer ataque de nostalgia, y recordé ese verano de 2005 en el que fuimos muy persistentes –que al final es lo mismo que pesados, pero suena más bonito- y no descansamos hasta que conseguimos que volviese a sonar en los directos. Y sin casi respirar, otra de esas que nos gustan especialmente. Y seguimos saltando –algo justos de fuelle- con Hoy es el principio del final. Y pusimos palmas y energía y mirábamos de reojo a nuestro alrededor, para ver si los que nos rodeaban se animaban. Y a hasta eso resultaba descafeinado.

Nos dieron entonces un respiro que nos hacía falta con Cómo hablar y Unas veces se gana y otras se pierde, que parece que definitivamente se aleja del sonido más folk con el que la presentaron en el DCode, pero que a pesar de una gran letra, deja la sensación de no haber llegado a su versión definitiva. La que sí parece que cada vez tiene una forma más definida es Cazador, que suena cada vez más enérgica, con un riff de guitarra directo, hipnótico, de ese que se mete en bucle en la cabeza y que tiene un gran apoyo en la batería de Toni Toledo. Para mí, de las mejores noticias de la noche.

Los maños tenían asignada hora y diez en el horario oficial, con lo que a esas alturas ya empezábamos a mirar de reojo el reloj. Ya no habría hueco para más canciones nuevas –más de uno echó de menos Nocturnal– pero sí nos guardaban aún una sorpresa, porque después de Hacia lo salvaje sonó una de las que seguro no entraba en nuestra quinielas. Porque aunque hace poco recuperaron Salir corriendo para los directos, creo que ninguno contábamos con que se colase en un set más reducido de lo habitual. Y ahí me sobrevino el segundo gran momento de nostalgia, porque en Aranda, también los coros de Salir corriendo me resultaron descafeinados. Y sé que ahí soy indudablemente yo la que tengo la culpa, porque me resultó inevitable recordar ese montón de noches en las que justo eso era uno de los mejores momentos -estoy pensando en noches como esta y muchas que vinieron después, pero, sobre todo, antes-. Y que conste que no sonó mal; le han dado un cierto lavado de cara que, entre otras cosas, hace que la canción arranque en el estribillo, y consigue darle otro aire. Pero… ya sabéis. «No eres tú, soy yo».

Antártida le sirvió a Eva para presentar a la banda y Estrella de mar para recordarle al personal que ella y su voz no son de este planeta, aunque empiece a parecer imposible que la cante entera sin liarse con la letra y en Aranda tuviese que incitar al personal a saltar y dar palmas, después de mirarles con cara de «¿pero qué os pasa?».

Revolución parecía cerrar la noche, en ese tándem casi perfecto que forma con Héroes, pero en el guion había aún hueco para una más. Un cierre oscuro, atípico pero muy efectivo, con una En sólo un segundo que sigue siendo enorme y en la que Eva luce la misma voz que a mí me convenció hace exactamente doce años de que lo que estaba viendo sobre el escenario no era normal.

Y aunque al final hubo bastantes luces, para mí –y para varios más- pesaron más las sombras, y, cuando nos alejábamos del escenario Ribera del Duero y poníamos rumbo al festival Castilla y León es vida para seguir con el directo –directazo- de León Benavente, había una sensación casi unánime: que por encima de todo, lo que nos había faltado era energía. Pero ya sabéis, tal vez no eran ellos. Tal vez éramos nosotros.

TEXTO: Cristina Moreno Carrero | FOTOS: Manolo García

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