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Crónica desde Holy Cuervo: Amaral, más cerca que nunca


«Heavy metal is the law». Ese era el lema del evento musical que incluía una de las mejores actuaciones del grupo que jamás he visto. Ayer, día 20 de abril -por cierto, día del tercer cumpleaños de mi hijo: rubio, peludo y perro- tuvo lugar una serie de pequeños conciertos gratuitos en la tienda Holy Cuervo de Madrid. Era en honor del Record Store Day y Amaral figurara en el cartel. Gratuito, pero muy difuso, casi sin publicitar, solo confirmado por el dúo en el último momento y con un «aforo limitadísimo», tal como proclamaba un anuncio en el local.

Antes de lanzarme a preparar el viaje, escribí a la organización para ver si merecía la pena el desplazamiento. Muy amablemente, me respondieron que entrarían solo las cincuenta primeras personas de la cola, así que igual me quedaba fuera. Estuve a punto de contestarles: «Tío, ¿tú sabes con quién estás hablando? Si en el 80% de los conciertos de esta gira hubiesen entrado solo las dos primeras personas, yo hubiera entrado en todos». Y, majos y majas, este no ha sido una excepción.

Os resumo para los vagos que no queráis leerlo entero -y eso que esta es más corta, alegraos; soy una persona capaz de escribir un thriller con la lista de la compra-: apoteosis, catarsis íntima y colectiva, perfección y, sobre todo, cercanía. Así como en el último concierto en El Sol en Madrid mi obsesión fue que había habido asientos, en este, ha sido el tema de la distancia. Así que preparaos, que a cansina me ganan pocos y no escriben en esta web.

Sí, han sido solo siete canciones, pero jamás, jamás, habían hecho una actuación en la que ellos estuvieran tan cerca del público. Eva lo ha comentado en varias ocasiones, apabullada por la proximidad, al principio le costaba hablarnos. Es del todo normal: lo que veía al levantar la vista era mi cara de pasmada a muy poca distancia, grabándolo todo -me lo habían pedido las duquesas y soy muy obediente- y mirándola como quien mira a un monito en el zoo haciendo algo adorable y del todo sorprendente. Puede ser que acabe de comparar a la todopoderosa Eva Amaral con un mono, pero en mi defensa diré que es una de las tres obsesiones de mi vida -entre los amarales y Winnie the Pooh-. Pero vamos, que está claro que han publicado tantas fechas en Sudamérica para librarse de mí un tiempo.

Al ser en una tienda de discos, la distribución era sencilla: habían puesto los chismes de sonido -no me voy aponer técnica porque soy capaz de confundir un altavoz con una mini nevera- y un par de banquetas. Sin escenario, público y artistas quedaban a la misma altura. Eva y Juan te miraban directamente a los ojos, sin artificios ni barreras de por medio. Sentir la fuerza de la vocalista en Rogaciano a dos palmos de ella impresionaba más que el Real Zaragoza ganando la liga, cosa que nunca veremos.


Y ya no digamos cuando tocaron Olvido. ¿Cómo puede haber una canción que hable de algo tan duro, pero a la vez sea tan bonita sin cebarse en ese dolor? [Nota aclaratoria: He intentado buscar un sinónimo de «cebarse» porque me suena a vacas y cerditos sonrosados pastando en el campo, pero a estas horas no he dado con ninguno].

La organización del evento era la siguiente: varios grupos iban tocando desde las 12 de la mañana, unos 20 minutos cada uno, con descansos y pausa para comer. Como solo podían entrar unos pocos, otros se quedaban fuera haciendo fila para el siguiente concierto. Amaral actuaba a las cinco de la tarde, hacia la mitad. Estoy segura de que los otros grupos que tocaban son buenísimos y altamente recomendables, pero lo mío era un claro caso de «yo he venido aquí a hablar de mi libro». Es decir, he venido a ver a los chavales estos del «Sin ti no soy ná» y no me muevo de la fila para ver a nadie más -salvo en una ocasión al baño del bar de al lado, que yo lo cuento todo-. Reivindicamos nuestro territorio y entré la primera, así que la maniobra fue un éxito. Y no solo por eso, sino porque ¡entré andando! No sabéis la de meses, ¡incluso años!, que hacía que no entraba a un concierto de Amaral sin correr como Usain Bolt cuando se le escapa el autobús. Todo un lujo.

Sospecho que no os habéis hecho una idea de lo cerca que estaban porque no he incidido en ello, así que os pongo un ejemplo: Eva llevaba el flequillo un pelín despeinado -«flequillo» y «pelín», soy la Hitchcock de los juegos de palabras-. Desde mi fantástica ubicación podría haber sacado mi peine flequillero -puedo salir de casa sin llaves y sin dinero, pero no sin ese peine- y arreglárselo yo misma sin moverme del sitio. No lo hice porque precisamente esa distancia también le permitía a ella contestarme con una merecida bofetada. Renacuaja deslenguada


Según Eva, ella estaba bien a pesar de la impresión que le daba la gente de pie tan cerca. Maña, igual que nos damos cuenta de que tu voz es algo fuera de lo común, también nos percatamos de cuando mientes. Estoy segura de que la pobre se ha pasado el concierto temblando ante la idea de que nos tiramos sobre ellos, los abrazáramos en plan boa constrictor y a sus pies, gimiendo y llorando, les suplicáramos que no se vayan a América -o que nos lleven con ellos-. No lo hemos hecho, somos muy respetuosos. Además aun tenemos tiempo y pensamos muy rápido. Más les vale seguir alerta.

Y, efectivamente, en cuanto la sala se llenó, las puertas se cerraron y mucha gente quedó fuera. ¡Qué gran sensación hallarse encerrado en una tienda de discos con estos dos maños de excepción! Así que en la intimidad -y en un cierto apretujamiento-, aquello se convirtió en la casa de Gran Hermano, edición «glamour folkie». Cada vez que nuestras estrellas del rock&roll accedían al improvisado escenario, teníamos que apilarnos cual autobús de gallinas para hacerles paseillo y que pasaran. La gente que se había quedado fuera contemplaba la actuación a través de las ventanas. No hubo nominaciones, pero si claros vencedores, ¡la de aplausos y emociones que estos chicos son capaces de arrancar con un par de guitarras!

Hablando de guitarras, en Hacia lo salvaje Juan le dejó la suya a Eva -podría inventarme las características de esta y ahí sí que os echaríais unas buenas risas, pero prefiero mantener un cierto nivel cultural-. Ella dijo que no suele tocarla y que «si me hacéis un pasillo me voy corriendo con ella en la mano». ¿Veis como los teníamos acorralados? «No hagamos bromas sobre eso, no voy a dar ideas», continuó sonriente la vocalista. Yo la considero un icono de glamour y de elegancia, pero dado que llevaba un vestido hasta los pies y botines de tacón, me hubiese gustado ver la maniobra. Tocó el single con «su acostumbrado ranga-ranga» y de vez en cuando se miraron y hubo algún «¡Arg!». No sé si se equivocó o si descubrió unas muescas en la guitarra que explican porque Mickey Mouse siendo un ratón, lleva guantes. No lo sé, colegas, no lo sé. A mí me sonó genial como siempre, pero también considero que la sintonía de Doraemon es un clásico, así que no tengo mucho criterio. Además de las ya citadas, tocaron Esperando un resplandor, Antártida y, para sorpresa de todos, Héroes. Que no os describo porque para algo tengo tirones en el brazo de haberlo grabado todo.


Por último, Femme fatale fue el bis no previsto -lo digo con conocimiento de causa porque tenía más cerca el setlist que ellos mismos, y cuando acabaron lo robé, digo, lo tomé prestado para plastificarlo en mi cuarto, con tal rapidez que ni Undargarín me lo hubiese quitado- y esa no aparecía. Hicimos los coros, a petición suya, como buenamente pudimos. Menos mal que Juan le dijo a su colega que nos explicara cómo eran, ya que los que dominamos son los de Van como locos y porque el título nos viene al pelo.

Finalmente, la mujer fatal y el gato rebelde que te hechizan con su voz y guitarras y luego se piran a Sudamérica sin cargos de conciencia por abandonar a su manada, se despidieron. Agradecieron y agradezco a todos los que han hecho posible esta tarde intensa y memorable. Y sobre todo a ellos, porque con estos regalos que nos hacen en época de sequía conciertil, evitan -o posponen- nuestros planes de suicidarnos con una afilada piel de plátano.

Hasta hoy, mi imagen de un cuervo era la de un pajarraco negro, carroñero y ladrón -es que lo mezclo con la urraca, de ornitología también voy justa, y además me gusta emparejarlos para que puedan casarse y así no vivan en pecado-. Sin embargo, en la antigua Roma los veneraban por creer que emiten un tono sagrado que profetiza los designios de los dioses. Y así ha sido. Esta tarde, el cuervo sagrado ha vaticinado la llegada de una fuerza Ambiciosa, Majestuosa, Admirable, Revolucionaria, Atractiva -más que un imán o una rosquilla de las de Homer- y Legendaria. Y han salido ellos con su sencillez habitual.

TEXTO: Marta Asensio | FOTOS: Cristina Pérez | VÍDEO: Francisco Javier Moreno Nacarino

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